Pensar en el romanticismo español es recordar a Zorrilla autor del Tenorio, qué duda cabe. Para este dramaturgo sietemesino, se cumplen ahora doscientos años de su nacimiento en el 1817. Un 21 de Febrero, en la calle de la Ceniza de Valladolid, rebautizada hoy con el nombre de Fray Luis de Granada, vino al mundo, un creador que siempre apeló al conocimiento del pasado y de las tradiciones, para hacer frente a los desafíos del mundo moderno.
Su infancia fue marcada por su familia: su madre, Nicomedes Moral, mujer piadosa, sufrida y sometida al marido; y su padre, José Zorrilla, hombre de rígidos principios y absolutista; despótico y severo, que rechazó sistemáticamente el cariño de su hijo, negándose a perdonar los errores del joven escritor, creándole una especie de complejo de culpa, que el dramaturgo intentó superar a través de una creación tradicionalista muy de acuerdo con el sentir paterno. Dice en Recuerdos del tiempo viejo: “Mi padre no había estimado en nada mis versos.”
Huyendo de la casa paterna llevo una vida de bohemia instalado en Madrid, la ciudad que lo alzó súbitamente de una vida oscura y llena de privaciones cuando al pie del sepulcro de Larra, leyó emocionadamente una composición en honor del suicida, al tiempo que toda la capital se hallaba reunida en el cementerio para rendirle el último tributo, fue nombrado miembro de la Junta del Teatro Español; el Liceo lo exaltó públicamente y la Real Academia lo admitió en su seno.
Su primer matrimonio con Florentina O’Reilly, viuda y con un hijo, contó con la desaprobación absoluta del padre de Zorrila, hasta tal punto, que ni cuando el progenitor fallece es capaz de perdonar ni la huida, ni la boda del hijo, además de legarle considerables deudas.
Hombre de mundo, viajó a Francia, a donde huyó de su mujer, Londres, México y Cuba, casi siempre en compañía de sus inseparables apuros económicos; conoció a Dumas, George Sand, Musset y Gautier. En América, llevo una vida de aislamiento y pobreza, llegando a conocer al emperador Maximiliano, durante su época como director del Teatro Nacional de México, y fue ante el fusilamiento del Emperador, abandonado a su suerte por el Papa y Napoleón III, cuando Zorrilla decide volver a España, con una profunda crisis religiosa.
Ya en España, volvería a obtener numerosos honores, su coronación como poeta nacional en Granada o su nombramiento como cronista en Valladolid. Muere en 1893, a causa de un tumor cerebral. Su entierro fue un gran homenaje de profunda admiración.
Conviene resaltar, además, su independencia, de la que se sentía muy orgulloso. En versos que recuerdan a los de Antonio Machado, confesó que a su trabajo lo debía todo, y llegó a rechazar lucrativos puestos públicos por no sentirse preparado: "Yo temo que nuestra revolución va a ser infructífera para España por creernos todos los españoles buenos y aptos para todo y meternos todos a lo que no sabemos".
Recordar a Zorrilla es recordar al Tenorio.
Importante es destacar su temperamento sensual, que le arrastraba hacia las mujeres: dos esposas, un temprano amor con una prima, amores en París y México, dan una lista que, aunque muy lejos de la de don Juan, camina en su misma dirección. El amor constituye uno de los ejes fundamentales de toda su producción.
Bajo encargo, Zorrilla escribe un Don Juan en tan solo tres semanas, cuestión que ha sido puesta en duda por algunos estudiosos, pero que en cualquier caso fue llevada a la escena por primera vez el 28 de marzo de 1844, con una crítica que elogió el ritmo de la obra, pero que un público frío, hizo que la obra permaneciera escasos días en cartel.
El autor nunca vivió en la abundancia. Falto de posibles y enamorado de las posibilidades que le ofrecía, Zorrilla iba a la Biblioteca Nacional para no pasar frío, según él mismo contó. Terminó vendiendo los derechos de Don Juan Tenorio al editor de la obra teatral por una suma poco significativa, unos cuatro mil doscientos reales. El resto de su vida lamentó esa decisión, posteriormente Don Juan Tenorio llenaba teatros, y Zorrilla, enfadado consigo mismo y para compensar el desatino empresarial llega incluso a escribir una zarzuela paródica en la que ataca su propia obra.
“¡No es verdad ángel de amor!...” en España, sin duda, es la archiconocida frase del Teatro, incluso para muchos que ni leyeron, ni vieron la obra. Su gran noche es del Día de los Difuntos, eso al menos, durante los tres primeros cuartos del siglo XX. Desde su estreno en 1844, estos versos han sido llevados a escena por una larga lista de actores, entre ellos Fernando Guillén, Francisco Rabal, Carlos Larrañaga o el mismísimo Luis Buñuel, quienes dieron vida al mito, ambientado en Sevilla. En el siglo XX sigue llenando los teatros e incluso Luis Escobar, primer director del Teatro Nacional después de la guerra civil, invita a Salvador Dalí a realizar los figurines y los telones para la cita del Tenorio con el público de 1949.
Don Juan, personaje que recorrió Europa en manos de otros autores como Moliere o Lord Byron, tenía sus antecedentes en la Obra “Tan largo me lo fiais” representada en Córdoba en 1617, o en el “El Burlador de Sevilla” de Tirso de Molina. La propia R.A.E. recoge el término de “donjuán” como: “personaje de varias obras de ficción” y “un seductor de mujeres”, y es que el mito da para mucho, viril y valiente, seductor y arrogante, pendenciero y mujeriego, hoy revisado por el feminismo que pone en entredicho su figura, representante del varón o no, es Don Juan una suerte de personaje, que siempre, siempre, se debate en el eterno duelo, entre el quiero y debo, el cielo y el inferno.
Curiosamente, Zorrilla fue crítico con los "donjuanes" pues "pensaba que esos hombres destruyen la moral y son individuos egoístas que no respetan a las mujeres”. Entelequia, pues por más que le gustase o no y que la venta de los derechos de autor se produjeran, nadie niega, que Don Juan está ligado a Zorrilla y viceversa.
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